Mudanza

Mudanza: se mudan los dientes, la ropa, las pieles, los objetos que escogimos para acompañarnos, los objetos que nos escogieron, los que escogieron nuestros acompañantes humanos. Cuando algo cambia de un sitio a otro, ambos lugares se transforman. Al llenar un vacío con un objeto que le quedaba distante, elegido por el éxtasis de unir, algo se anima, habla, protesta, se alegra, muere. Esa animación del vacío es sobrecogedora. Memoria del paso del tiempo, quizás por eso preferimos no pensarla. A veces duele tratar de recordar las mudanzas que hemos hecho. Incluso cuando se inaugura un espacio agradable, provoca melancolía el olvido de aquel apartamento, de aquella habitación en la residencia de estudiantes, de aquella primera habitación propia. El vacío deshabitado no existe. Otras cosas siempre estuvieron ahí y dejaron rastros poderosos. Sin embargo, nos ocupa la sensación propietaria de que llenamos ese espacio con nuestros cuerpos y objetos. Cuando los objetos se asientan en ese lugar nuevo dejan de parecer incómodos. Como si estuvieran dormidos, apenas se dejan sentir, hasta que, en un plazo impredecible, alguien los cambia de lugar.
En un espacio visible desde la calle como el “balcón” de Beta-Local, los vecinos y transeúntes son o fueron partícipes del proceso de Mudanza, y al serlo dejaron sus huellas: comentarios, propuestas, palabras, recuerdos asimilados y transformados por el cuerpo recolector de Elizabeth Magaly Robles. Taller enrejado, ha sido el espacio dialogante más expuesto en un edificio que tuvo usos militares y de almacén de objetos. La hazaña de la artista recolectora consistió, en cierta medida, en arrancarle una sonrisa al espacio, pero sin olvidar la vanidad de todo espacio histórico, aunque, en este, las leyendas de soldados solo se validan entre los vecinos mayores, y los documentos acreditadores de lo que fue no estén al alcance del público.
Elizabeth no suele reconocer las condiciones que por ley o represión nos imponen límites. Ha intentado medir espacios abiertos. Sus performances son públicas, silenciosas, lentas, como invocando gestos olvidados y sanando dolores reprimidos. Mudanza es reunión de objetos abandonados, desclasados, despreciados, rústicos; la belleza de lo que podría considerarse poco agraciado. También se mudaron objetos del taller doméstico de la artista: resinas, telas. Los objetos encontrados y apropiados no pretenden como en aquellos experimentos de Duchamp “des aurar”. Son demasiado humanos, densos, y
si se les mira bien, auráticos, en cuanto portadores de recuerdos que van dejando de serlo para convertirse en enigmas. Los pedazos sueltos de casas demolidas; el patrón geométrico de las rejas evocadoras de un pasado que dejó de ser romántico cuando las rejas fueron el primer escudo de seguridad en las comunidades suburbanas que cubrieron las tierras agrícolas de la isla a mediados del siglo pasado. Algo notable en medio de la urbanización con sus modelos de casitas en hilera, idénticos o poco variados, era la diversidad de la mano del herrero; en una manzana de casas no había dos patrones de rejas iguales.
La fuerza de la estabilidad momentánea de estos objetos, sus proximidades y adornos invitan a
la escucha. Y entonces aflora la sonrisa y se tiene la sensación de que nos saludan, con
ingenuidad no ya de objetos sino de animales adornados. Seres inhumanos, pero tocados del

Detalle instalación Mudanza, 2022 Elizabeth Robles. Parte de la serie Aparición.

humor y de las pretensiones y de los sentimientos de los humanos que los hicieron o encontraron y mudaron.
Es un don para un país que sobrevive contar con la presencia de una creadora que se propone atajar el rumbo que llevamos hacia la desmemoria. Elizabeth revitaliza una estética animista que nos mira frontalmente. Es fuerte la insubordinación de los objetos, ese pilarcito o balaústre decorado, las espigas y los bloquecitos y las piedras, la tela que cubre la pared del fondo. Son opacidades algo macabras, inquietan, provocan.
La vida de las plantas aprisionadas y resguardadas en tiestos muy sobados por el tiempo, magnifica todas las vidas visibles e invisibles presentes en el espacio de Mudanza. Y nos recuerdan para citar a Emanuele Coccia, que: “Haber nacido significa estar hecho de la misma materia de la que están hechas todas las cosas que están delante de nosotros” (Metamorfosis).
Y es tal la potencia material de los objetos mudados, que su fuerza fue supurando un manto de letras, de palabras, de citas. En las paredes, las columnas y el techo creció una enredadera de palabras. El balcón se hizo libro ilustrado, aunque no remitan entre sí directamente las letras y los objetos. Entonces las frases, escritas en las paredes, en las columnas en el techo evocan el despertar de un trance o de una sedación y recuerdan que las paredes graban voces: las paredes son transmisoras. El cuaderno de la artista se deja en las paredes. Y son un diario del proceso, pero no un cierre, sino un duelo, en el sentido de confrontación. Todo es sorprendente: la creación misma es el propósito de hacer para descubrir qué se va encontrando más allá. A fuerza de intuiciones y pensamiento se responde al golpe de las destrucciones suicidas en un país que se deshace. Mudanza fue un proceso relativamente largo y distendido; en la soledad posible gracias a la complicidad de sus colaboradores: Manuel, Pablo, Miguel.

Cuando el lenguaje vuelve a sorprendernos, en ese filo entre el automatismo y el oído afinado por la lucidez de quien confronta y conjura destrucciones, la fuerza de los objetos más humildes responde y fortalece. Así labora la estética de los recolectores, de cara al desecho investido con dignidad.
Las plantas son espectadoras. Y a veces se ríen de los humanos, nos ríen las gracias. Y son las más visibles y parlanchinas de la variedad de seres vivos que a todo hora animan el espacio de esta Mudanza.

Marta Aponte Alsina
22 de septiembre de 2022