Por Christopher Rey Pérez
2.
El hospital moderno tal como lo conocemos hoy en día se debe a las costumbres medievales islámicas sobre medicina y salud. Uno de los primeros hospitales musulmanes, es curioso notar, fue un asilo de leprosos en Damasco en el siglo VIII. Durante la historia de nuestro imaginario, los leprosos han tomado el papel de los subhumanos, los deformados, y los marginados. En pocas palabras, y en palabras elegidas por Bolaño, forman parte de los condenados.
Él es el escritor, después de todo, quien escribió sobre su amigo Mario Santiago Papasquiaro en “Un soneto”, en donde afirma que el mexicano pasaba el libro The Sonnets de Ted Berrigan por las leproserías de París. ¿Pero quién en su sano juicio compartiría un poemario por un poeta de la Escuela de Nueva York a leprosos en la capital del amor y del ennui? Por si esto fuera poco, cualquier persona que ha leído The Sonnets de Berrigan sabe que el método cut-up de sus poemas-collage podría parecerle a un lector lumpen como un invento. El hecho de que estos sonetos son hermosos también plantea la cuestión de si aquel lector para quien la poesía es anatema, la expresión de la vida no haría falta serlo tampoco.
Consideremos el ejemplo del filme Kanenah siah ast (La casa es negra) de la poeta Forough Farrokhzad. Como algo atrapado entre la poesía y la etnografía, documenta las vidas de los leprosos de un hospicio en Bababaghi, un pueblito en Irán, y desarrolla una metáfora que dicta que la sociedad, nuestra lectora más despiadada, está enferma. De tal manera, la enfermedad cuadra con un concepto de muerte que también fetichiza la amputación de lo que la sociedad entiende como feo. Las primeras secuencias del filme establecen que “el hombre es un solucionador de problemas” dado que “no hay falta de fealdad en el mundo”. La casa es negra termina con la idea de que en su aspecto más didáctico, la sociedad solo puede confirmar los hechos feos de su propio fracaso.
En la última escena, la cámara fija la mirada a través de una puerta abierta, mostrando un pasillo donde un hombre con un solo pie asistido por muletas se nos acerca. La narradora, Farrokhzad, recita los versos, “Como palomas gritamos por justicia…y no existe./ Esperamos la luz y la oscuridad reina”, mientras el hombre avanza hacia la cámara, paulatinamente oscureciendo el marco con su cuerpo. El filme corta a un aula llena de alumnos-leprosos, donde el maestro les pide responder a unas preguntas tan disparatadas como los sonetos de Ted Berrigan.
Apuntando con el dedo a un morro con la cabeza afeitada, el maestro ordena, “Tú, nombra algunas cosas bellas”, a lo que el morro responde, “La luna, el sol, las flores, el recreo”. Instando a otro alumno, el maestro ahora grita, “Y tú, nombra algunas cosas feas”. Este, avergonzado, construye, palabra por palabra, su respuesta: “la mano…el pie…la cabeza”. La escena termina con un alumno a quien el maestro ha encargado de escribir en la pizarra una oración con la palabra “casa”. Consigue escribir, “La casa es negra”.
Desde luego, la casa es negra cuando hemos hecho a todos los hospitales blancos. Para decirlo de otra manera, no sorprende que el asilo ha quedado muy lejos de lo que ha pretendido ser. El asilo como un lugar de hospicio y ayuda, como un refugio (del griego, asulon) donde los enfermos son inviolables (del griego, asulos), ha demostrado ser el lugar donde el colonialismo aísla al paciente como un método que busca borrar las relaciones que mantiene con el mundo. Frantz Fanon lo dijo así:
El rechazo del mundo real solamente es posible gracias a la aparición de un pseudo-mundo basado en nuevas relaciones y nuevos significados. La negación de la realidad, en sí una función de la violación brutal, requiere comprobación y alimentación, que están proporcionadas por el asilo. Desde esta perspectiva, el aislamiento es la autorización de la alucinación.
Sabemos que además de ser un revolucionario, Fanon era psiquiatra. Trabajó en el hospital psiquiátrico Blida-Joinville en Argelia, donde se dio cuenta inmediatamente que el asilo basa su existencia en aislar al individuo del mundo. Aunque he hablado del primer mundo, y por consiguiente, del tercer mundo, ambos conceptos anticuados que son útiles para comprender sus consecuencias narrativas hasta hoy en lugar de su insuficiencia conceptual desde el momento de su creación, también me interesa hablar de “la aparición de un pseudo-mundo” como uno que anestesia a “la luna, el sol, las flores, [y] el recreo” y que por lo tanto puede servir a nuestra línea de pensamiento sobre los mundos de espejismos a los que viajamos, guiados por las alucinaciones que el colonialismo alimenta. Lo que vemos cuando llegamos son nuestras partes deformes. No parecen algo nuestro en un principio. Solo después, y poco a poco, llegamos a conocernos por la deformación y buscamos asilo entonces. Para alguien como yo quien cree que el yo es una ficción, esto no es el problema sino el horror.
El problema es el que Fanon reconoció. En su caso, los métodos psiquiátricos europeos, o mejor dicho, la noción del mundo desde la cual los doctores Blida-Joinville expresaron y dieron forma a sus saberes en torno a la medicina y la salud, no fueron asimilados en una sociedad norteafricana y musulmana que a pesar de todo ya estaba colonizada. Lo que el colonialismo intentó fue la imposición de su propio reflejo que se veía como Francia y que hablaba en términos franceses. Los pacientes argelinos de Blida-Joinville no pudieron—y no quisieron—corresponder la semejanza en parte por las condiciones alienantes del asilo que les hicieron sentirse distintos a sí mismos.
“La cultura, como la verdad, es concreta”, Fanon escribe. Supongo que quiere decir que la formación de cómo nos juntamos a expresar quiénes somos no se puede enseñar ni imponer desde fuera sino que es algo que ha de ser encarnado y vivido por dentro. Por eso, Fanon tomó como imperativo en el último capítulo de Los condenados de la tierra curar la causa y no los síntomas para examinar los efectos del colonialismo de la psiquis. Lo hizo buscando la descolonización antes de que este término llegara a significar algo que en ocasiones se ha aliñado con demasiada facilidad al afecto y la metáfora. El colonialismo rebate a los colonizados y los ve como subhumanos y maniacos en su diferencia, conjeturó por su trabajo psiquiátrico. “Al pueblo que le está dominando, se le hace preguntar constantemente: ‘En realidad, ¿quién soy?”.
La respuesta de Fanon al pseudo-mundo en que el yo no tiene eco eventualmente involucrará el igualar la violencia opresiva con la violencia liberadora. De todos modos, me detengo aquí porque quiero enfocarme en lo que hizo dentro del asilo. Fanon cambió el tratamiento psiquiátrico en Blida-Joinville para responder a la articulación que los pacientes hacían de su realidad a través de sus propias relaciones y significados. Fundó una cafetería argelina con café argelino en el hospital argelino para los pacientes argelinos, algo que supongo es como fundar un baño ruso con gorras de fieltro rusas en un hospital ruso para pacientes rusos. Aunque parezca disparatado decirlo así, si lo pensamos bien, no hay de otra. Los que están en desacuerdo quizá son las mismas personas que desprecian los poemas-collage que son tan deformes como ellas mismas. Se esconden en la oscuridad, amarrándose las botas y prendiendo la máquina de terapia electroconvulsiva.
Ahora, si has viajado por México y te has encontrado alguna vez en una cantina como La Faena en la Ciudad de México, también has encontrado los “toques toques” que los ambulantajes ofrecen a las almas borrachas en necesidad de resucitación a cambio de monedas. Los toques toques son una cajita eléctrica, usualmente llevada en un maletín, contando con dos palitos de metal que conducen energía con carga positiva y negativa. El objetivo es quedarse agarrado de los palitos mientras el ambulantaje aumenta a ritmo constante el voltaje.
La experiencia se asemeja a la tortura pública, y es tan mexicana que podemos imaginar a Octavio Paz dándole vuelta en un capítulo de El laberinto de la soledad. “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida”, escribe en su libro. Y en consecuencia podemos imaginar a Mario Santiago Papasquiaro, el enemigo mortal de Paz, que en una descripción ficcionalizada pero quizás no falsa, conspiró secuestrarle, agarrar los toques toques en un ataque de energía machista y dionisiaca para morirse primero, antes que el ganador del Premio Nobel, porque estaba descorazonado y fatigado por sus viajes durante los cuales la única pregunta posible es, “En realidad, ¿quién soy?”.
El poeta argumentará que es la manera mexicana de hacer las cosas en México para pacientes mexicanos y no estaría equivocado, aunque es imposible que sea correcto. Lo puedo ver agarrando los toques toques mientras su labio superior comienza a temblar y sus brazos se ponen tensos de calambre. Aparentemente, los ojos de las víctimas ejecutadas por silla eléctrica fueron tapados con cinta, ya que los globos oculares se derriten con el alto voltaje, pero los ojos de Papasquiaro se mantienen abiertos y fijos en un punto lejos e insignificante en la pared de la cantina. Su boca se convulsiona, apenas se abre para decir, “Súbele, carnal”.
Creo que Papasquiaro quiso vivir el poema que mantiene el yo frente a la cultura a tal grado que sufre a consecuencia de las alucinaciones del refugiado que ha pasado por diferentes mundos de valor y validez variable en busca de asilo solo para descubrir que quién es ha sido aislado de lo que es. El poeta se reiría ante esta circunstancia, y lo llamarían loco. O tal vez lloraría, locamente y sin cesar, algo que algunos de nosotros estamos dispuestos a hacer, y le llamarían loco. Luego, todos los que están en la cantina comenzarían a tomar en serio, imperturbables ante los toques toques de la vida.
Esta escena podría ser difícil de asimilar y está construida a partir de cursilerías. Pero así es como las alucinaciones de nuestras fantasías impuestas sacan la medida de las verdades concretas que traemos al mundo real, sin importar lo que queda de los tiestos del mismo. Mario Santiago Papasquiaro quería un mundo infrarrealista de todos modos, uno que hubiera existido justamente más allá del ámbito de la visibilidad humana. El poeta no murió por electrocución de toques toques, ante sus compatriotas. Ni fue su muerte un acto final de autodeterminación que negó las restricciones de la sociedad a la cultura por abrazarlas suicidamente. Como Albert Camus, murió a causa de un accidente automovilístico, aunque en su caso fue aún más pobre, porque el poeta fue atropellado. Antes de que esto pasara, escribiría los siguientes versos, que me parecen los más sanos que cualquiera podría escribir:
My oldie friend Roberto: Todo el amor del mundo / con todas sus sangres & sus virus Desde esta borrachera histórica te escribo