Irresponsable

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Por Xavier Valcárcel

Xavier Valcárcel  (1985, Puerto Rico). Escritor, artista visual y gestor cultural.  Educación en Bellas Artes y Arquitectura en la Universidad de Puerto Rico, donde también completó una maestría en Gestión y Administración Cultural. En el 2009, creó junto a Nicole Delgado la editorial de guerrilla Atarraya Cartonera.

Y después de todo, ¿qué es lo mágico?”

—Elizam Escobar

Desafiar la ley. Salir de casa. Iniciar el viaje. Bajar la ventanilla. Extender la mano. Abrirla al viento. Atravesar el monte. Buscar el río. Abrir camino. Mojar los pies. Sentir el agua dulce. Hundirse. Sacar una piedra del fondo. 

Levanté la pequeña piedra haciendo pinza con los dedos y luego le dije a Howard y a Rubén, sentados en el asiento trasero, algo que aprendí en México para toda la vida: cuando levantas y llevas contigo una piedra, no llevas exactamente la piedra, sino el lugar; también tu camino hasta a él.

Estábamos a punto de irnos, ya adentro del carro, en Utuado. Todavía goteábamos el agua de la charca con cascada del río Guaonica a la que entramos a la hora del desayuno.

Era una piedra pequeña, de barro púrpura, como las otras que levanté y rayé sobre la orilla buscando colores para pintar. De esa mañana cargué con grises, rojos y amarillos ocres. También con cientos de verdes grabados en la mirada, escasos en el encierro de mi pequeño espacio compartido en San Juan.

-Entonces te trajiste el río-, acertó Howard. Lo miré por el retrovisor y sonreí con cierto orgullo. -En realidad, me traje dos-, añadí. 

El día anterior también cargué con una piedra del río Caonillas; una granodiorita perfectamente redonda que levanté de una orilla del Cañón Blanco, cerca de “La Danzante” y del resto de los petroglifos que miran al Cerro Morales. Aquel sitio sagrado y una charca con cascada ahora están conmigo.

Guardé la piedra. Adrián y Andrés subieron al carro. Volvió a sonar la música y con ella repasé el camino hasta allí. El resto fueron curvas. La mano entre el viento, el aguacero repentino y la respiración de la felicidad simple de haber escapado al corazón del campo. 

Habían pasado 79 días desde la primera orden ejecutiva que nos obligó a permanecer en casa. Hasta allí habíamos obedecido, entendíamos el peligro afuera, las restricciones de la movilidad, masticado la amenaza de los arrestos; incluso por ir a la playa, a cuatro calles de mi casa. 

Un virus mortal había llegado en gotas de mucosa y de saliva. Miles de muertos diariamente en China, Italia, España, Brasil, Estados Unidos, Centroamérica; en casi todos los rincones, aun hoy. El presente otra vez vuelto incertidumbre; una vez más preocupación y miedo. Economías colapsando. El autoritarismo instalando sus estados de sitio, su vigilancia y su violencia. En Puerto Rico, más de un centenar de muertos, cientos de casos positivos; pocas pruebas, demagogia en año eleccionario, control y burocracia. Dos meses antes, terremotos. Dos años antes, el huracán María. Pero -cada cual decide cuándo es suficiente, también lo que se necesita pa vivir-. 

Eso último lo escuché de un Ismael al ser interrogado por una reportera del canal 4. -¿Por qué desafía el toque de queda para venir a la playa? ¿No le parece irresponsable?- El hombre, mojado y brillante, la miró fijo. Ella parada en la arena. -¿De dónde tú eres?- contrainterrogó él.

En las islas se crece sabiendo del cerco del agua, de su presencia todopoderosa alrededor. Que “el agua es vida y que cura” es una de las primeras cosas que aprendí. Que “toca todo, con su tacto perfecto”, lo aprendí de Nicole. Que “el agua está viva y su huella nunca es igual”, me lo mostró Juan Pablo. Y así, adulto y todavía aprendiz, me es necesaria salada o dulce, entre azules, marrones o verdes, delante de los ojos o en sueños. Me pasa igual con la tierra y su olor, con el monte salvaje, florecido y abierto. 

No soy el único. No fuimos los únicos que necesitaron salir. “Hay que hacerse la libertad en el tránsito”. Pienso mucho en esas palabras de Noemí. 

De ahí el plan a Utuado, la breve desobediencia, el escape irresponsable y necesario. Irresponsable a la luz de la conflictiva y reciente enseñanza de que quien sale de casa es culpable de ponerse en riesgo y de poner en riesgo a los demás; de que es casi delito no prevenir; puro egoísmo priorizar la libertad individual sobre el bien colectivo. Necesario; sin embargo, volver al entorno natural, para la calma, para el ánimo, para el cuerpo.

-Pues claro que salí-, me dijo papá una de las veces que lo llamé. -Con mascarilla puesta, pero salí. Se necesita coger aire, mijo, tocar grama o un árbol. Así sea una vez. Tú has visto el tamaño de mi casa.- Tenía razón, y por lo mismo no le dije nada. En este país vivimos bajo el peso de demasiadas imposiciones a la vez. Además, lo entendí.

Semanas de encierro hacen posible ver espejos en todo, leer el descuido, escuchar el hambre, a la ansiedad palpitar. Eso, aunque se hagan las pases con el deber y las esquinas; aunque se descubra en él la belleza del tránsito interior de las luces diarias.

Por suerte, en los primeros días de este periodo, encontré en casa una caja llena de materiales. Entre ellos pinturas, pinceles, libretas. Allí adentro, por rara casualidad, encontré mi ejemplar perdido del Antidiario de prisión de Elizam Escobar. Entre limpiar, ordenar, mover, botar, la caja y el libro pasaron del fondo de un cuarto al pie de la mesa de la sala; ese lugar que ha sido estos días comedor para dos, oficina, área de entrenamiento; también barra, pista de baile, lugar de llanto, del humo o de amanecidas. Desde que la caja está ahí, la sala igual ha servido de taller donde ocupar los días, dibujando y pintando, vaciando la cabeza y sus voces; liberando, como escribió Elizam, “la intensidad de la contensión del pensamiento y del cuerpo”.

He dibujado abrazos, pintado las ganas de dejarnos ir, varios retratos de quienes ya no están. Pinté la espera, al deseo cubierto de plástico, la desnudez frente a una mascota, a un par de cuerpos flotando.

La verdad, no había vuelto, como ahora, a los colores ni a los trazos desde 2011. Mucha gente que conozco volvió a sus primeras pasiones también, a la cocina, a la siembra, a la tierra, al silencio, al cuerpo, a crear. Y creo que es una de las ganancias, entre todas las pérdidas, que ha dejado este raro periodo: volver y valorar. De hecho, lo hago ahora que escribo.

A un lado de esta página abierta hay una torrecita de piedras. En el tope, la pequeña piedra púrpura, el charco con cascada del río Guaonica o el camino hasta allí. 

Desafiar la ley. Salir de casa. Iniciar el viaje. Bajar la ventanilla. Extender la mano. Abrirla al viento. Atravesar el monte. Buscar el río. Abrir camino. Mojar los pies. Sentir el agua dulce. Hundirse. Sacar una piedra del fondo.

De Utuado también cargué con pigmentos naturales que Howard preparó. Envasó ocho. Los identificó por su nombre y me los dio de regalo. -Para que pintes,- dijo. 

Barro + Cúrcuma + Hoja de laurel. Café Lareño + Barro. Barro rojo de Utuado. Hoja de laurel + Espinaca. Hoja de laurel. Barro + Hoja de laurel. Cúrcuma. Cáscara de cebolla.

Aún no los he usado, en parte porque pienso que, en conjunto, son sus manos, su casa, el escape. Observando la intensidad de sus colores, he pensado también en el trabajo de varios artistas que viven en este país y he tenido de frente. ¿Qué historias del camino guardan las barrografías de Jaime Suárez? O los pigmentos de Karla Claudio y de Rosaura Rodríguez; las piedras y cerámicas de Javier Orfón. ¿Qué son en sí mismas las pinturas, los dibujos y la escritura a puño y letra de Elizam?

Cuando Howard extendió su mano supe que su regalo es signo o la confirmación de que el escape fue a la amistad, a la confianza más que al riesgo. Y eso lo vale todo en estos días.

De camino a San Juan, saliendo de allí, intentaba imaginar qué sería lo próximo, qué más. El día anterior, luego del Caonillas, vimos en casa de Howard el lanzamiento al espacio del cohete Falcon 9 con la cápsula Crew Dragon. “Un día histórico en camino al futuro”, leí en el periódico. Cinco días antes asesinaron a George Floyd.

Las protestas empezaban a tomar las calles. La cifra de muertos de esta pandemia, a nivel global, se acercaba al medio millón. La nueva realidad ya estaba aquí, y pensé que, por lo mismo, de alguna u otra forma, había que empezar a tomar riesgos, cargar con piedras de cada sitio, sin olvidar.